miércoles, 23 de mayo de 2007

Polan Lacki colabora nuevamente con este Blog. Parte II

Agricultores, abran los ojos: no se dediquen apenas a la etapa POBRE del agronegocio

Polan Lacki

Durante años y décadas los productores rurales han asistido, con pasividad, fatalismo y hasta resignación, la reiteración de las siguientes distorsiones que ocurren en las cadenas agroalimentarias:

· suben los precios de los insumos agrícolas y, como consecuencia, los costos de producción de sus cultivos pero los precios que los agricultores reciben en la venta de sus cosechas no aumentan en la misma proporción; lo mismo ocurre en la producción ganadera

· cuando sus cosechas son abundantes bajan los precios que los agricultores reciben por sus productos, pero tal reducción no necesariamente determina una rebaja en los precios que los consumidores finales pagan en los supermercados

· los precios de los fertilizantes y pesticidas aumentan supuestamente porque subió el precio del petróleo y el valor del dólar, pero cuando estos dos últimos vuelven a sus niveles normales, los precios de dichos insumos agrícolas no disminuyen,

· bajan los precios que los intermediarios les pagan por el trigo, por la soja/soya, por la leche y por el ganado porcino vivo, pero ellos nunca ven que en los supermercados bajen los precios de la harina y del pan, del aceite y de la margarina, del queso y del yogurt o del jamón y de las salchichas. Alguien se está apropiando de estas ganancias y ese alguien nunca es el productor rural.

Como consecuencia de estas desfavorables relaciones de intercambio, los agricultores se ven obligados a entregar una creciente cantidad de sus cosechas para poder adquirir una misma cantidad de insumos y de servicios; porque el poder de compra de sus "commodities" es cada vez menor. Aquí reside una muy importante causa del empobrecimiento de los productores rurales que es necesario corregir y que, afortunadamente, ellos mismos pueden hacerlo.

Los agricultores están defendiéndose pero aún les falta hacer . . . lo más importante

Para contrarrestar el deterioro de sus ingresos, provocado por esta expropiación de sus ganancias, los agricultores están aumentando la escala de producción, incrementando los rendimientos por unidad de tierra y de animal y reduciendo los costos por kilogramo producido; es decir, están adoptando medidas adecuadas que deberían incrementar sus ingresos. Sin embargo, el premio por esta mejora en la eficiencia, en vez de beneficiar a quienes realmente lo merecen ( los productores rurales), es absorbido por los crecientes eslabones de las cadenas agroalimentarias. Porque, desde que los insumos salen de las fábricas hasta que los alimentos llegan a las estanterías de los supermercados, existen cada vez más y más fabricantes de nuevos insumos, prestadores de nuevos servicios, intermediarios, procesadores de materias primas agrícolas, consultores de mercado y agentes de comercialización, empresas de publicidad, etc. Casi todos estos integrantes de las cadenas agroalimentarias, viven de las riquezas producidas por los agricultores. Como existen cada vez más eslabones "chupando" algo de la sangre del productor rural es evidente que este se vuelve económicamente cada vez más "anémico".

Desafortunadamente, esta creciente expropiación ya es tan familiar a los agricultores en sus relaciones de intercambio, que ellos creen que están condenados a convivir con ella y que no pueden hacer nada para eliminarla. Ni siquiera se dan cuenta de que es, exactamente, este proceso expropiatorio la principal causa de la falta de rentabilidad y del generalizado endeudamiento de los productores rurales. Ellos ya han caído en una especie de conformismo fatalista. Las pocas veces que protestan es para mendigar, sin éxito, que los comerciantes e industriales les ofrezcan mejores precios o para reivindicar, también sin éxito, que los gobiernos suavicen su empobrecimiento concediéndoles créditos subsidiados, refinanciando y finalmente condonando sus deudas.

¿Y por qué ocurre todo esto? Entre otras razones, porque los productores rurales se hacen cargo apenas de la etapa pobre y más riesgosa del agronegocio (producción) y delegan a terceros la etapa rica (procesamiento y comercialización). Es decir, "regalan" al sector agroindustrial, comercial y de servicios, la crema del agronegocio. Ellos lo hacen sin darse cuenta que, antes de la siembra, durante el ciclo productivo y después de la cosecha, existe una excesiva y creciente cantidad de instituciones y personas que les proporcionan servicios y productos, algunos necesarios y otros sencillamente prescindibles o reemplazables. Tampoco se dan cuenta que algunos de estos servicios y productos que son realmente necesarios, podrían ser producidos y/o ejecutados por ellos mismos, ya sea en forma individual o grupal. Sin embargo, los agricultores no lo hacen porque piensan que no son capaces de asumir como suya la ejecución de algunas de las actividades de la etapa rica del negocio agrícola. Si lo hiciesen se apropiarían de un porcentaje más elevado y más justo del precio final que los consumidores pagan por los alimentos.

Un eficiente productor de aves, cerdos y leche debe ser, en primerísimo lugar, un MUY eficiente productor (no comprador) de forrajes/alimentos para sus animales

El ejemplo más evidente, de esta excesiva dependencia que los agricultores tienen frente a los agroindustriales y comerciantes, es el caso de las raciones balanceadas. En la ganadería lechera, gran parte de dichas raciones podría ser suprimida si los ganaderos supiesen cómo cultivar pasturas de alto rendimiento, si supiesen "cosecharlas" racionalmente a través de un correcto pastoreo rotativo y si supiesen almacenar los excedentes para utilizarlos en los períodos de escasez. Muchos productores rurales además de dedicarse a la avicultura, a la porcicultura o a la ganadería de leche producen, o podrían producir, en sus propias fincas o en tierras arrendadas, casi todos los ingredientes que coincidentemente las grandes empresas industriales utilizan en la fabricación de las raciones balanceadas ( maíz, sorgo, soya, alfalfa, leucaena, gliricidia, yuca, camote, granos de girasol y de algodón, ramio, etc.). Sin embargo, en vez de producir/fabricar ellos mismos sus propias raciones, venden estas materias primas al primer intermediario que aparece en sus fincas, quien, a continuación, las vende a la industria fabricante de raciones. Ésta después de procesarlas, agregarles los componentes del núcleo vitamínico-mineral y de empaquetarlas en bonitos envases, las vende a un segundo intermediario que las transporta de vuelta, muchas veces al mismo municipio del cual salieron dichas commodities. Desde allí un tercer intermediario vende las raciones, en muchos casos, a los mismos agricultores que produjeron los ingredientes con los cuales fueron fabricadas las raciones que ahora regresan a sus fincas de origen. Esta distorsión es sencillamente inaceptable, máxime porque, afortunadamente, ella podría se corregida o eliminada por los propios productores rurales.

Son los agricultores quienes pagan los altísimos costos de los "paseos" de las cosechas que venden y de las raciones que compran

Es redundante afirmar que en este largo recorrido, de ida y de vuelta, que en muchos casos es de centenares y hasta de miles de kilómetros, de hecho son los productores rurales quienes están pagando los fletes y peajes, los impuestos en cada una de las varias transacciones, las ganancias de todos estos intermediarios, agroindustriales y comerciantes, la costosa publicidad que los fabricantes de raciones difunden a través de los medios de comunicación y los generosos sueldos de los ejecutivos de las transnacionales que fabrican las raciones. Gran parte de estos gastos podrían ser sencillamente evitados/eliminados pues más del 90% de los ingredientes de las raciones, ni siquiera necesitarían salir de las tranqueras de las fincas en las cuales fueron producidos; porque podrían ir desde los campos de cosecha directamente a los aviarios, a las pocilgas y a los establos de la producción lechera, pertenecientes a los mismos agricultores que produjeron estas materias primas. Si a esto le agregamos el hecho de que el componente alimentación responde por el 80% del costo de producción en la avicultura y en la porcicultura y por el 50% en la ganadería de leche, queda muy claro el "porqué" de la falta de rentabilidad en estas tres ramas de la producción animal; lo que no gana cada productor rural, lo ganan algunas decenas de no productores rurales. Reitero, esta irracionalidad debe y puede ser extirpada de los procedimientos de los agricultores.

Entonces ¿cuál es la solución de fondo para disminuir esta expropiación? Reducir la dependencia que los agricultores tienen de los otros integrantes de las cadenas; o cuando esto no sea posible, volverlos menos vulnerables a la excesiva expropiación de dichos eslabones. ¿Cómo hacerlo? Organizándose con propósitos empresariales de modo que ellos mismos, asuman en forma gradual, la ejecución de algunas actividades de la etapa rica del agronegocio. A propósito, es lo que ya están haciendo, con gran éxito, varias cooperativas especialmente en el sur de Brasil. Son cooperativas agrícolas que están transformándose en cooperativas agroindustriales. Incluso los agricultores que no pertenecen a ninguna cooperativa podrían organizarse en pequeños grupos para producir, ellos mismos, algunos insumos o por lo menos adquirirlos de forma grupal. Estos grupos podrían constituir sus propios servicios (de vacunación e inseminación artificial, de siembra, pulverización y cosecha, de asistencia agronómica y veterinaria, etc.). También podrían realizar en conjunto las inversiones de mayor costo, hacer una pré-industrialización/procesamiento inicial y comercializar sus excedentes con menor intermediación, etc. A propósito, se sugiere leer el libro "Desarrollo agropecuario: de la dependencia al protagonismo del agricultor" que está disponible en la nueva Página Web http://www.polanlacki.com.br/agroesp (especialmente los capítulos 5 y 11 ). Allá están descritas varias medidas, sencillas y de bajo costo, pero altamente eficaces, para disminuir esta expropiación, y por ende, mejorar los ingresos de los agricultores.

Y para concluir:

1. Una reflexión en forma de pregunta: ¿Por qué ningún fabricante de insumos, comprador de commodities agrícolas, agroindustrial que las transforma o intermediario que las vende y revende, se dedica a la etapa de producción agrícola y ganadera como tal? La respuesta es obvia y elemental: porque es mucho más rentable, más cómodo y menos riesgoso dedicarse a la etapa rica que a la etapa pobre del agronegocio; todos los integrantes de las cadenas agroalimentarias ya se han dado cuenta de esta constatación, menos los agricultores

2. Una advertencia: Aunque sea importante, no es suficiente que los productores rurales se integren a las cadenas agroalimentarias. Ellos deben tener como objetivos de corto, mediano y/o largo plazo el propósito de "adueñarse" de algunos de los eslabones de dichas cadenas, como por ejemplo: fabricar sus propias raciones, comprar insumos y comercializar las cosechas en conjunto, incorporarles valor y hasta exportar en conjunto.

3. Una sugerencia a los productores rurales que se dedican apenas a la etapa pobre del agronegocio y que ejecutan todas sus actividades en forma individual (comprar insumos, hacer inversiones caras y comercializar sus excedentes): abran los ojos antes que sea demasiado tarde. Críticas y contribuciones al artículo serán muy bienvenidas a través de los E-mails: Polan.Lacki@onda.com.br y Polan.Lacki@uol.com.br

Polan Lacky colabora con este Blog. Parte I

AGRICULTURA: SI SOMOS TAN RICOS ¿POR QUÉ ESTAMOS TAN POBRES?
Polan Lacki

En todos los países de esta privilegiada América Latina tenemos enormes potencialidades productivas que nos permitirían generar las riquezas necesarias para autofinanciar nuestro desarrollo agrícola y eliminar el subdesarrollo rural.

En primer lugar, tenemos vastas extensiones de tierras de buena calidad, clima favorable que nos posibilita obtener varias cosechas al año y que nos permite producir ganado exclusivamente a pasto; y, lo más importante, tenemos una muy abundante mano de obra, necesitada y deseosa de progresar con el fruto de su esfuerzo.

En segundo lugar, ya disponemos de los conocimientos (tecnologías y experiencias exitosas) que son necesarios para hacer una muy eficiente producción, transformación y comercialización de productos agropecuarios. Desafortunadamente, dichos conocimientos están siendo adoptadas apenas por una minoría de productores rurales más eficientes. Tal exclusión es lamentable porque muchas de las mencionadas tecnologías y experiencias, son de bajo costo y fácil adopción, y como tales podrían y deberían estar beneficiando todos los productores rurales de cada país. Sin embargo ello no ocurre porque estos valiosos conocimientos permanecen ociosos/subutilizados en las estaciones experimentales, en las universidades, en las cooperativas, en las páginas web y, muy especialmente, dispersas en las fincas de los agricultores más eficientes que ya están adoptándolas. La correcta aplicación de las referidas tecnologías y experiencias permitiría solucionar gran parte de los problemas de la mayoría de los productores rurales. Desafortunadamente ello no ocurre porque dicha mayoría no las conoce o no sabe aplicarlas de manera correcta.

En tercer lugar, disponemos de métodos y medios, eficaces y de bajísimo costo (emisoras radiales y de televisión, e-mail, páginas web, etc.), a través de los cuales podríamos y deberíamos difundirlas rápida y masivamente en beneficio de todas las familias rurales. En resumen, tenemos a nuestra disposición casi todos los requisitos necesarios para hacer una agricultura que al ser mucho más eficiente y más productiva podría generar las riquezas que necesitamos para reducir la pobreza y el subdesarrollo rural.

Y si es así ¿por qué no lo hacemos? Por la sencilla razón de que la mayoría de nuestros agricultores no poseen las competencias necesarias para hacerlo; es decir les faltan conocimientos, habilidades, actitudes y hasta valores orientados al autodesarrollo

¿Y por qué los habitantes rurales no poseen las referidas competencias? Básicamente por las siguientes cuatro razones.

En primer lugar, porque los conocimientos que sus padres les transmitieron ya están desactualizados y son insuficientes para que ellos puedan sobrevivir económicamente en la agricultura moderna y globalizada.

En segundo lugar porque las escuelas fundamentales rurales que, para la mayoría de los habitantes del campo, son la única oportunidad de aprender algo útil para la vida y el trabajo en el campo, enseñan a los niños muchos contenidos irrelevantes en vez de proporcionarles los conocimientos necesarios para que puedan ser productores más eficientes y más emprendedores, mejores padres/madres de familia, mejores ciudadanos, empleados más eficientes y miembros más solidarios y participativos de sus comunidades. Existe un impresionante desencuentro entre lo que esas escuelas rurales enseñan y aquello que los educandos realmente necesitan aprender. Gran parte de sus contenidos curriculares no tienen ninguna aplicación en la solución de los problemas cotidianos de los educandos, ya sean laborales, familiares o comunitarios.

En tercer lugar porque los servicios públicos de extensión rural---que podrían y deberían contrarrestar las dos debilidades educativas hasta aquí analizadas---- están contaminados por las interferencias político-partidarias, burocratizados y excesivamente centralizados. Con tales restricciones los extensionistas, aún en contra de su voluntad, dedican más tiempo a burocratizar en las oficinas que a capacitar a los agricultores en las fincas y comunidades rurales. Las pocas veces que logran ir al campo, después de enfrentar un largo peregrinaje burocrático para obtener el vehículo, el combustible y los viáticos, muchos de los extensionistas no están en condiciones técnicas de corregir los errores que los agricultores cometen y de solucionar los problemas que los afectan; estas debilidades técnicas de los agentes de extensión ocurren debido al motivo descrito a continuación.

En cuarto lugar porque las facultades de ciencias agrarias están excesivamente "urbanizadas" y desconectadas de la realidad concreta de los productores rurales y de los potenciales empleadores de sus egresados. Debido al rápido proceso de urbanización, la mayoría de los docentes ya es de extracción urbana y no tiene un adecuado conocimiento vivencial de los problemas agrícolas y rurales. Además de no tener la referida vivencia, las facultades ni siquiera consultan a los empleadores y productores rurales para saber cuál es el perfil profesional que el mercado laboral está necesitando. La enseñanza teórica impartida en las aulas y laboratorios no es complementada ni validada con actividades prácticas en las fincas, en las comunidades rurales, en las agroindustrias y en los mercados rurales. Las visitas al campo suelen ocurrir recién en el último semestre de la carrera, cuando el daño en la formación de los estudiantes ya es irremediable. Las facultades estimulan a sus docentes para que publiquen artículos en las revistas científicas internacionales y los premian por esos "papers" para efectos de sueldos y promociones o ascensos; poco importando cuántas personas leen dichos papers y cuál es la contribución real y efectiva que tales escritos ofrecen a la solución de los problemas concretos y cotidianos de la gran mayoría de los productores rurales; olvidándose que son éstos la razón de ser de la existencia de las facultades. Mientras tanto las actividades de extensión universitaria que podrían acercar las facultades al conocimiento de la realidad agrícola y rural no reciben apoyo ni son consideradas para efectos de ascensos y premios a los docentes que las ejecutan o que desearían ejecutarlas. Con una formación tan teórica y tan divorciada de las necesidades de los agricultores y de los empleadores no es de sorprender que el mercado laboral esté rechazando a los profesionales que de ellas egresan. Las facultades siguen formando egresados para el desempleo y ello ocurre no necesariamente porque la demanda es insuficiente sino porque su oferta es inadecuada a las reales necesidades de los demandantes del mundo moderno. Adicionalmente, a pesar de que en la prédica proponen el desarrollo rural con equidad y sin exclusiones, las escuelas superiores de agricultura priorizan y enfatizan la enseñanza de tecnologías sofisticadas y de alto costo, que benefician/interesan a un 5 o 10 % de los agricultores de avanzada, pero desprecian o ignoran las necesidades concretas del 90 o 95 % de los productores rurales que requieren, en carácter prioritario, de tecnologías sencillas y de bajo costo, para que sean compatibles con los escasos recursos que ellos disponen. Durante su paso por la universidad, los estudiantes tienen pocas oportunidades de desarrollar su ingenio en la creación de soluciones más pragmáticas y adecuadas a las adversas condiciones físico-productivas y a la escasez de recursos financieros que caracterizan a los agricultores más pobres; tampoco tienen la oportunidad de ejecutar con sus propias manos las actividades más elementales y rutinarias que a diario realizan los agricultores. En tales condiciones ¿cómo podrán enseñar a los agricultores a sembrar, regular una sembradora o cosechadora, podar, injertar, ordeñar una vaca o transformar commodities en productos procesados de manera correcta, si durante su paso por la universidad los estudiantes no tuvieron la oportunidad de sembrar, regular una sembradora, podar, injertar, ordeñar y procesar/transformar commodities con eficiencia? Con tantas debilidades en la formación de los egresados, ¿cómo esperar que los servicios de extensión rural sean eficientes y promuevan los cambios que necesitan los agricultores y la agricultura?

Afortunadamente la corrección o eliminación de la mayoría de las ineficiencias y distorsiones recién descritas depende en gran medida de la decisión y voluntad personal de los directores, maestros, profesores y extensionistas. Al contrario de lo que suele afirmarse la corrección de estas distorsiones no requiere de altas decisiones políticas del Poder Ejecutivo, del Congreso Nacional, del Ministerio de Educación, del Ministerio de Agricultura, de las Secretarias Provinciales/Departamentales de Educación y Agricultura o de los rectores de las universidades. Las medidas que realmente dependen de ayudas externas podrán ser postergadas para que, en lo inmediato, los educadores puedan concentrarse en corregir lo que está al alcance de ellos. En la página http://www.polanlacki.com.br/ están disponibles textos que demuestran lo mucho que pueden hacer los propios profesores y extensionistas para corregir estas debilidades, aunque no cuenten con recursos adicionales a los que ya están disponibles.

Esta es la gran prioridad. Mientras no hagamos estos cambios en nuestro sistema de educación rural---sencillos y de bajo costo pero altamente eficaces y de un enorme efecto multiplicador y emancipador----todos los grandes proyectos de combate a la pobreza rural seguirán fracasando; y los gigantescos recursos en ellos aplicados seguirán siendo derrochados; tal como ha ocurrido y sigue ocurriendo en América Latina por la siguiente razón de fondo: los afectados por la pobreza rural no pueden solucionar sus problemas, muchísimo más debido a la inadecuación de sus conocimientos que a la supuesta insuficiencia de sus recursos materiales y financieros. E-mail del autor: Polan.Lacki@onda.com.br